lunes, 12 de mayo de 2014

Relato ganador categoría de prosa, 3º y 4º ESO


Acababan de dar la medianoche en el reloj de la mesilla cuando escuchó otra bomba. Esta vez había explotado más lejos. Había conseguido dormir tres horas sin pesadillas. La niña de largos cabellos negros se colocó un pañuelo alrededor de la cabeza, no por obligación como hacían otras mujeres, sino para protegerse del polvo y de los gases que le esperaban fuera. Su madre ya estaba en la que había sido la cocina, aunque ahora solo quedara un pequeño espacio para hacer una hoguera. Al abrir la puerta bajó las escaleras de una en una, con cuidado de que no se desmoronaran. Abrió la puerta del búnker –como así lo llamaban- y entró. Estaba lleno de polvo y, de momento, sólo había conseguido llegar una de las familias que vivían en su edificio.                                                                                                                            -الجلوس بجانبي. – Le dijo otro niño. Le hizo caso y se sentó…

‘’¡Beep! ¡Beep!’’ El despertador consiguió despertar a Sara Quintana a la primera. ¿Era posible que solo hubiera dormido cinco horas? Echándose un domingo a las tres de la madrugada, después de salir de fiesta, no era la mejor forma de empezar la semana. Ese día tampoco pensaba ir al instituto. La cabeza le daba vueltas, y tampoco recordaba nada de lo que había pasado la noche anterior. Sin embargo, su madre no pensaba igual. Diez minutos después, entró en la habitación y encontró a su hija hecha un desastre: el pelo rubio y rizado estaba lleno de enredones, la cara pintada con maquillaje seco y, lo que era peor, notaba un olor a alcohol que envolvía la habitación. Ante la pasividad de su hija utilizó su mejor arma: el chantaje. Cogió su móvil y le quitó la batería. Sara se percató poco a poco de lo que estaba pasando y, como otras veces, le hizo prometer que se ducharía y que iría al instituto para estar allí a las nueve. Desgraciadamente, el agua de la bañera no estaba a la temperatura que deseaba y tardó más de lo necesario en calentarse, ya que odiaba ducharse con agua fría…

El sol por fin amaneció por su ventana, atravesando las cortinas rasgadas. Debían ser las diez de la mañana. Fue a mirar a la cocina, pero el agua se había terminado, ese día tocaría caminar unos tres kilómetros para conseguirla. La noche anterior había sido una de esas ‘’noches buenas’’, pasando únicamente dos horas en el refugio y durmiendo seis horas tranquilamente. Sobre las cinco tuvo que calmar a su madre, que había vuelto a despertarse tras soñar con su padre. Rápidamente se vistió y salió de casa, dejando a su madre descansar. Consiguió coger un par de manzanas secas y fue a por agua. Hacía ya dos años que no había pisado la escuela y la echaba de menos. Añoraba estudiar, que la felicitaran por sus poesías, e incluso los castigos. Echaba de menos su vida normal…

Sobre las cuatro de la tarde, Sara volvió a casa. Llevaba una carta a su madre de parte de la directora: la iban a expulsar tres días. No entendía el funcionamiento de los castigos. Si lo que ella quería era dejar de estudiar, ¿por qué la castigaban con un premio? Era una ironía. Al pasar por el supermercado compró un botellín de agua fresca. Nada más salir tiró casi todo el contenido sobre sus manos, ya que estaban sucias. Se sentó en un portal con el móvil, observando una foto de su padre. Hacía ya dos años que no sabía nada de él, se lo imaginaba luchando cada día sin descanso, en una guerra que él no había elegido…

Sin darse cuenta, había anochecido. Día tras día, la niña se pasaba el tiempo yendo a buscar agua y robando alimentos a los mercaderes. En ese momento escuchó algo. Por la calle empezó a pasar un camión cargado de soldados. Tras un momento de inquietud, la niña se calmó ya que los hombres eran extranjeros. Uno de ellos se acercó a ella y la agarró de la muñeca. A lo lejos la chica empezó a oír disparos. Recordó lo que su madre le había explicado cuando comenzaron los conflictos: ‘’Aléjate de los disparos. Aléjate de los soldados sirios. Escóndete. ’’ Soltó lo que tenía en las manos y aumentó el ritmo para alcanzar al hombre diferente a ella que le estaba ayudando a salvar su vida.

Después de diez minutos sin parar de correr, el desconocido la llevó a uno de los muchos edificios en ruinas. Se sentaron juntos en un rincón mientras los disparos se oían cada vez más cerca.

-Hello, my name is Quintana. –habló el hombre. La niña lo entendió, ya que recordaba parte del inglés que había aprendido en la escuela. El hombre de cabello corto, rizado y rubio le inspiraba confianza. Había logrado mantenerla a salvo hasta entonces, a pesar de no conocerla.

-You are very brave. You look like my daughter Sara; I haven’t seen her since I left home. I miss her. - Esta vez, la chica sólo entendió que era valiente y algo de una chica. Su nombre le recordaba a una de sus amigas que, como su madre le explicó, ya no podría ver. Los disparos y gritos se acercaban.

-What is your name? - Le preguntó el hombre.

-Ghada-.

Su nombre fue lo último que se escuchó antes de que un silencio sepulcral se apoderase de todo…

Sara estaba ya en la esquina de su calle mientras anochecía. Cuando miró hacia su casa vio unos coches de policía. Recordó lo que le había oído decir a su padre antes de marcharse: ‘’La tranquilidad os tiene que acompañar para que yo vuelva. ‘’

Entendió lo que significaba.


Ixeia Sánchez, 4º B

No hay comentarios:

Publicar un comentario