Y ahora,
¿qué?
por Yaiza Lascorz
Y de repente, silencio. Es verdad eso de que después de
la tormenta viene la calma. Después del miedo, los gritos, las explosiones, el
caos, el desconsuelo, la desesperación, más gritos, la sangre, el intentar
huir... Después de eso ya no queda nada. La inquietante tranquilidad, la
quietud sospechosa. A lo lejos se escucha una alarma de seguridad de un
automóvil, un sonido débil que también terminará por apagarse, como todas las
vidas que yacen sobre el asfalto. Más sangre. La ciudad en ruinas, la muerte
entre sus escombros.
Alguien se mantiene en pie. Su ropa está sucia, llena de
polvo y rasgada. Unos guantes de lana con los dedos rotos, un abrigo que
necesita coderas, unos pantalones con las rodillas peladas y ensangrentadas, y
unas zapatillas de suela desgastada y despegada. Quizá sea el sonido de su
respiración y el latir de su corazón lo único que acompañe a ese moderno
sistema de alarma del BMW de última generación sin puertas ni cristales... Ni
dueño vivo.
Observa el panorama como quien observa un paisaje. En
silencio, el continuo silencio. Parece que quiera memorizar todo lo que ve.
Pero en realidad tan sólo intenta creerlo. ¿Es posible que toda esa gente esté
muerta? Esto debería serle fácil, sabía que pasaría y se ha estado preparando
para ello. Tanto para sobrevivir como para aceptarlo. Incluso intentó advertir
al mundo, pero hasta sus seres queridos le tomaron por loco. Un loco más, uno
de entre tantos. ¿Habría alguno más como él, entonces? ¿Habría alguien más que
tomaron por loco en su día y resultara llevar razón? ¿Habría algún
superviviente más?
Se acerca arrastrando sus pies sobre una arena cuyo
origen desconoce hasta el primer cuerpo que encuentra en su camino. Es un
hombre de traje y corbata, probablemente se dirigiera a su trabajo en el
momento en el que sucedió todo. Medio calvo, de la cincuentena. Sus ojos están
abiertos y reflejan el terror de sus últimos instantes de vida. Resultan
demasiado incómodos, así que se agacha junto al cadáver y como tantas veces ha
visto hacer por la televisión, posa su mano sobre sus ojos y la desliza,
arrastrando sus párpados consigo.
La televisión, la que le había avisado de que todo esto
pasaría. Le había salvado la vida, ¿pero realmente quería vivir en un mundo
así? Habría sido mejor morir como el resto, ya habría terminado todo y no
tendría que preocuparse por el “¿y ahora qué?”. Se odia a sí mismo por haber
visto aquel paranoico programa sobre conspiraciones, se había convertido en el
propio paranoico conspiracional de su instituto. Lo único que le faltaba para
ser el más normal.
Alguna extraña razón le lleva a introducir su mano en el
interior de la americana de aquel hombre y extraer su cartera. Es un padre de
familia, una gran familia feliz de esas de anuncio. Explora sus tarjetas y encuentra
un calendario con una fotografía en la que se puede apreciar lo numerosa que es
su familia y el rango de liderazgo que posee. Poseía.
También tiene dinero, pero no se molesta siquiera en
contarlo. No le interesa a pesar de la tentación. Ni hay qué comprar, ni dónde
y mucho menos a quién. ¿Para qué entonces? Se levanta y cruza la calle,
esquivando cuerpos, atravesando el rastro de éstos. No camufla su
consternación. La desolación le encoje el corazón y a pesar de que no hay nadie
ante quien aguantar el tipo y retener las lágrimas de quien sabe que lo ha
perdido todo, sabe que es el momento perfecto para ser fuerte.
A lo lejos ve algo salir despedido, levantarse sobre el
nivel del suelo e incluso rebotar al caer. Le parece que es un móvil y lo comprueba
al acercarse. Ha salido desde un agujero en la calzada al que se asoma con
cierta precaución y temor. No sabe qué puede encontrar, se supone que los que
quedaban están todos muertos. Se supone.
Una cabellera castaña y rizada se pasea nerviosa en el socavón
de la carretera. La ha reconocido al instante.
-
¡Irene! -la llama susurrando.
La muchacha mira hacia arriba, sorprendida.
-
¡Diego! ¡Sácame de aquí!
Él le interrumpe haciéndola bajar la voz. Él busca algo
con lo que sacarla y acaba utilizando una improvisada cuerda de ropa atada.
Irene mira extrañada lo que Diego le tiende para ayudarla a salir de allí, pero
él le ha prohibido decir cualquier cosa, así que se limita a agarrarse y
aprovechar el tirón del muchacho hasta que llega a estar lo suficientemente
cerca como para tomar su mano.
Irene sale sin demasiadas dificultades del agujero y de
repente su piel pierde todo color posible. No recuerda qué ha ocurrido, mucho
menos sabe el por qué. Diego la mira compadecido, pero aún así no va a decir
nada. Tampoco lo necesita porque con una sola mirada parece decirle a Irene
todo lo que necesita saber. Las cosas jamás serán como antes. Tampoco es
momento para perder el control.
Diego la invita a caminar lejos de allí. Tienen que salir
de la ciudad cuanto antes. No están a salvo cerca del núcleo urbano. El campo
abierto es mucho más seguro. Caminan durante algunas horas, Irene está cansada
y cada vez que intenta abrir la boca para decir algo, Diego se gira -pues va en
todo momento algunos pasos por delante de ella- y la manda callar sonoramente
seseando con su dedo índice sobre sus labios. Resulta hasta molesto, sobretodo
por lo que puede leer en sus ojos. Diego también tiene miedo, y ella necesita
saber que todo irá bien.
Durante el camino, ella llora. Él también, pero es mucho
más discreto. Las lágrimas se han deslizado aventureras en sus mejillas
arrastrando el polvo que se ha pegado a su piel durante una de las explosiones.
Se han secado solas, él ni siquiera se ha permitido secarlas con su manga para
evitar que Irene las adivinara.
Y por fin Diego parece cansarse del silencio (igual
quiere quitar algo de su lista de cosas que le dejan intranquilo), así que se
sienta en una piedra a esperar que Irene le alcance. Ella le acompaña, y él sin
levantar la voz, parece invitarla a hablar.
-
¿Qué ha pasado?
-
Mejor que no lo sepas...
-
¿Por qué susurras?
-
Porque podrían oírnos.
-
¿Quiénes?
Diego niega con la cabeza como si adivinara que Irene
jamás comprendería lo que debería explicarle, y acaba rindiéndose antes de
intentarlo. No dice nada más e Irene se muestra molesta con la actitud de su
compañero de clase. Recuerda que siempre fue así, pero después de ser el único
al que ha visto vivo tras haberse despertado en un socavón de la carretera que
lleva hasta el centro comercial, esperaba que se mostrara algo más sociable. O
al menos, amable.
Irene entorna los ojos. A ella también le parece una
tarea imposible hacer que Diego le cuente algo (porque evidentemente, sabe) o
que le dedique al menos una sonrisa. Una sonrisa, ¿tenía de eso Diego en su
repertorio? Lo duda. Siempre fueron a clase juntos y ya cuando eran simples
niños, Diego era callado, reservado y serio. Muy serio. Eso sí, inteligente
también.
¿Pero qué importaba eso ahora? ¿Les iba a salvar la vida?
¿Necesitaban salvar sus vidas? Irene no podía responder a ninguna pregunta de
las que su mente le planteaba y comenzaba a sentirse demasiado abrumada,
agobiada, atormentada. Temía que en cualquier momento sufriera un ataque de
ansiedad y nadie pudiera tranquilizarla. Era evidente que Diego no era la
persona idónea.
Se levantó con el propósito de dar un pequeño paseo (sin
alejarse, tampoco le conviene separarse de Diego) para relajarse. Respirar aire
fresco. Aunque el aire no era muy fresco. Era caliente, quemaba en la garganta.
Tenía residuos de polvo y el ambiente tenía casi un ligero color verdoso.
Estaba nublado y la luz parecía incluso artificial. Era imposible adivinar
dónde se escondía el sol y por si fuera poco, hacía frío. Una extrañísima
combinación con el aire que ardía en las paredes de su laringe.
Diego sólo la advirtió de que si se marchaba, lo
lamentaría. Ella le dijo que sólo quería investigar. ¿Investigar qué? Ni las
plantas continuaban vivas. Al menos, eso le garantizaba que no tendría ningún
encuentro indeseado con animales silvestres y, sobre todo, insectos.
Comienza a ver al muchacho como una sombra a lo lejos, y
como no quiere perderlo de vista, decide sentarse a lo que sería la sombra de
un árbol. Un árbol seco que podría quebrarse en cualquier momento. Está tan
sucia que no le importa que sus pantalones se manchen: por un poco más no le
pasará nada. Una actitud extraña en ella, la superficial e impecable Irene. Así
la conocían todos, y aunque a ella le molestaba eso de superficial, bien sabía
ella que sí que lo era.
Se mira las manos y palpa su cara. Tiene sangre que le
escurre desde una profunda herida de la frente. ¿Será grave? Igual necesita que
alguien la cosa, pero Diego no parece muy habilidoso para estas cosas. Tampoco
se lo piensa pedir. Y al levantar la mirada se topa con una sospechosa sombra
que se acerca poco a poco.
Irene no puede esconder su alegría: ¡hay alguien más
vivo! Se levanta entusiasmada, lo que llama la atención de Diego en la
distancia que la observaba. Temía que Irene hiciera algo que los llevara a los
dos a la perdición, y no iba muy mal encaminado. Comienza a correr hacia ella,
pidiendo al Dios en el que no cree que llegue a tiempo para evitar que Irene
llame la atención de ese soldado.
La alcanza y la embiste sin pensar en el daño físico que
eso pudiera causarle. Caen al suelo como dos jugadores de fútbol americano, él
sobre ella, que en seguida se preocupa de poner su mano sobre la boca de la
chica para evitar que diga cualquier cosa. Y mientras sus ojos azules le transmiten
a Irene el peligro que supone que cualquiera sepan que siguen vivos, Irene ha
comprendido que Diego ni siquiera tendrá tiempo de ver el cañón del arma que
acabará con sus vidas.
LEER , SIEMPRE LEER
(Una reflexión sentimental sobre los
libros)
Mª Dolores Pons de Pablo
Me gusta leer, siempre me ha gustado.
Desde que era pequeña, leía.
Y, disfrutaba leyendo.
Y, aprendía cosas, muchas cosas.
Porque la lectura, entiendo, es una fuente inagotable de
conocimiento.
Y, podría relatar cuáles fueron mis primeras lecturas, quién
me las proporcionó, en que momento de mi vida aparecieron.
Y, cómo eran las ilustraciones de aquellos primeros libros,
porque están vívidos en mi memoria.
Y, los veo tal como eran, con sus colores y sus líneas que
perfilaban en negro aquellos dibujos, que luego yo también copiaba y
dibujaba.
Y, los pintaba con
los lápices de colores.
Y, los colgaba en la pared.
Y, los miraba.
Y, me gustaban.
Y, se los mandaba en una carta a mi querida” tieta”, porque
yo sabía que le iban a hacer mucha ilusión cuando los recibiera.
Y, ella también los iba a colgar en su pared.
Y, los miraría,
Y, estoy segura que también le gustaban, aunque sólo fuera porque
yo se los había pintado para ella.
Y, porque cuando pasaron los años y ella ya no estaba, los
encontré entre sus cosas, guardados con todo su cariño.
Y, me emocioné al
verlos.
Y, recordé mi infancia, que fue feliz, como deben ser todas
las infancias.
Y, también podría relatar cómo aprendí de memoria uno de
aquellos cuentos, escrito en verso.
Y, cómo, aunque habían pasado muchos años, un día me acordé
de él.
Y, lo recité
Y, me salió todo entero, de carrerilla, tal como lo había
aprendido
Y, como yo misma me sorprendí
Y, como sorprendí a la persona que estaba a mi lado
Y, como desde entonces procuro recitarlo de vez en cuando
para que nunca se me olvide,
Porque olvidarlo sería como olvidar esa infancia feliz que
siempre deberíamos tener presente, sobre todo cuando ya todo no lo vemos del
mismo modo.
Y, porque alguien que pierde sus recuerdos, pierde también
su vida.
Y, no debemos perderla porque solo tenemos una.
Y, puedo recordar en
qué momento leía, en cualquiera, porque cualquier momento es bueno para
realizar una actividad placentera.
Y, como uno de esos placeres era el domingo por la mañana:
despertar, quedarte en la cama, abrir el cajón, coger el libro,
Y, leer…….
Y, desde entonces sigo leyendo
Y, sigo disfrutando
Y, aprendiendo cosas
Y, siento que alguien se está comunicando conmigo, igual que
yo me comunico contigo, lector, que estás leyendo en este momento mi relato.
Y, miro los libros de mi alrededor. Los libros de papel,
encuadernados como siempre, porque todavía no nos hemos acostumbrado al formato
digital
Libros que tienen su olor, cuando son nuevos y cuando están
usados. Libros que puedes tocar, a los que puedes pasar sus hojas, que las
puedes sentir entre tus dedos, que los puedes subrayar y que los puedes
percibir como algo tuyo.
Y, puedo reflexionar sobre esos libros
Y, pensar que:
Antes de ser leídos,
esos libros son todavía seres inanimados, objetos cualquiera que no tienen
ningún significado para mí.
Son un conjunto de papel impreso, que ocupan su lugar en la
estantería, un lugar que alguien con su criterio determinó.
Y, ahí están, quietos en su sitio.
Esperando.
No tienen prisa, esperarán a que alguien en un momento
determinado se acuerde de ellos
Y, los coja
Y, los lea
Y, de repente, se convertirán en seres animados,
Y, cobrarán vida para
quien los lea
Y, desde ese momento ya nunca más serán lo mismo para esa
persona que los leyó
Porque dentro de
ellos hay una historia que alguien escribió
Y, esa historia tiene vida por si misma,
Y, te puede conmover, y te puede emocionar
Y, te puede no gustar, y abandonar esa lectura….
Pero nunca más será algo indiferente, nunca más será un
conjunto de papel con ningún significado par ti.
Porque ese libro está vivo porque dentro de él hay vida.
Porque dentro de él late una historia
Y, esa historia cobra vida cuando tú la lees. Una vida que, a partir de ese momento, se convertirá
en una nueva realidad con autonomía
propia.
Que tendrá entidad ya por si misma, con independencia de
quien la creó, de quien la escribió
Una realidad, natural o ficticia, pero siempre una realidad
Y, que solo estará esperando que alguien la saque de su
letargo impreso.
Y, que necesitará la colaboración de un de un lector
cómplice que la vivifique.
Que la lea
.
Y, que se convertirá en una realidad diferente para cada
lector, que la interpretará bajo su propio punto de vista
Y, que, además, tiene vida porque allí, en esas letras
convenientemente ordenadas, está también una parte de la vida del escritor que
la escribió.
Porque esa historia, ese libro, también tiene su momento en
la vida de quien decidió escribirla, de quien decidió crearla.
Y, también forma parte de su vida
Y, el autor nos puede explicar las razones por las que lo hizo.
Y, por qué lo hizo de un modo y no de otro
Y, su fuente de inspiración
Y, los recursos que utilizó
Y, las ayudas que recibió
Y, quizá, quien se la encargó
Y, todas las circunstancias que intervinieron en su creación
Y, como, al final, se sintió satisfecho de su obra
Porque la había creado
Porque había hecho que algo bello que coexistía antes, ahora
existiera
Y, la sacó a la luz
Y, la obra cobró vida
Y, ahí está
Y, tú la acabas de leer
Y, ya nunca más ese libro, esa obra, será algo carente de
significado para ti, lector, que acabas de incorporarla a tu vida
Y, por ello, cuando la vuelvas a colocar en la estantería,
una parte de esa obra formará para siempre parte de tu vida
Y, nunca más la volverás a mirar igual, aunque el tiempo
transcurra, porque tú formas parte de ella y ella parte de ti.
Y, la recordarás, igual
que yo recuerdo mis primeros libros.
Y, pensarás en esa infancia como en el germen de nuestra
vida futura
Y, como lo que se aprende en ella no se olvida nunca jamás
Y, permanece en nuestra memoria
Y, es como nuestro signo de identidad, aunque luego la
vayamos aumentando con posteriores vivencias
Y, como cada uno de nosotros tendrá su propia experiencia
vital
Y, como la iremos enriqueciendo al ponerla junto a la de
otras personas que también tendrán la suya propia.
Y, también podría reflexionar sobre el tipo de lectura, el
tipo de libros, que me gustan más y los que menos
E, intentar razonarlo,
Aunque muchas veces no sabemos explicar racionalmente por
qué nos gusta una forma en lugar de otra
Y, en ese momento, la subjetividad entra en acción. El
sentimiento entra en el juego,
Y, ya no podemos decir de un modo absoluto que ese libro es
maravilloso sólo por sí mismo,
Sino que a nosotros
nos lo parece, lo sentimos de ese modo y pensamos que toda forma de emoción
tiene belleza.
Y, este lenguaje escrito, como cualquier actividad generada
por el espíritu del hombre, nos conmueve y nos genera emociones
Y, nos cala en lo más hondo
Y, en definitiva, nos gusta
Y, seguimos leyendo, sin saber por qué.
Quizá sea por el
placer desinteresado que se obtiene en
su lectura
Y, ese placer está en la base de la lectura
Porque si no se disfruta con ella se abandona…
Pero para un gran lector esto no ocurre
Porque buscará siempre libros que le apasionen
Que le emocionen desde el principio
Y, necesitaremos
encontrar libros que nos subyuguen, que nos atrapen desde el inicio de
su lectura
Libros que no podemos dejar de leer, porque pasamos una hoja
y otra hoja….
Y, seguimos leyendo….
Y, posiblemente tengamos que hacer otras cosas que nos
reclaman. Pero continuamos leyendo,
Porque ya hemos
quedado enredados en esa lectura, en esa historia que nos parece tan
maravillosamente contada, que,
Aunque, el tiempo
transcurra,
Seguimos leyendo.
Porque se trata de sumergirse en la magia de la lectura
Y, hay libros que te dejan una huella profunda,
Libros que nunca olvidas,
Porque te emocionaron de un modo especial,
Porque te recuerdan a quien te los recomendó,
Porque te influyeron en tu vida,
Porque te recuerdan un tiempo pasado que ya no volverá,
Por tantas y tantas razones,
Que siempre estarán presentes en tu memoria.
Y, también podría pensar en como para leer de un modo
gratificante necesitamos nuestro propio espacio.
Donde nada nos interrumpa
Y, nos desconcentre.
Y; necesitamos nuestro momento de soledad para disfrutar a
solas con quien escribió ese libro que tenemos entre las manos
Y, así unir autor y lector
Y, formar una simbiosis entre ambos
Y, de ese modo la lectura se convertirá en una pasión
Y, en un disfrute del acto creador del escritor que necesita
a su lector activo que se sumerja con él en ese universo que acaba de crear del
que tú ya formas parte.
Y, a lo mejor, ese escritor buscaba comunicarse con alguien
anónimo para contarle lo que no se atrevería a contar directamente,
Porque vierte ahí sus sentimientos,
Y, quizá sintiera pudor de abrir su alma
Y, contar sus pensamientos y sus emociones
Pero lo hizo
Y, tú lo lees
Y, puedo seguir pensando en ese escritor que, en el fondo,
lo que quizá desea es dejar su testimonio para la posteridad,
Para que alguien se acuerde de él
Y, así no desaparecer
Porque vivirá mientras alguien vuelva a leer lo que él escribió,
Aunque haga mucho tiempo
Y, de ese modo permanecerá siempre vivo porque realmente
mueres cuando ya nadie se acuerda de ti…….
Y, podría seguir reflexionando sobre los libros, sobre las
bondades de la lectura……
Y, recomendarte uno u otro libro, según mis preferencias,
Que, puede , que no sean las tuyas,
Pero lo que siempre, siempre, te recomendaré es que leas
Porque lo importante es:
LEER, SIEMPRE, LEER
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