lunes, 12 de mayo de 2014

Relato ganador categoría Bachillerato y Ciclos


MIEDO

Dicen que a lo largo de nuestra vida tenemos dos grandes amores: uno con el que te casas y vives para siempre, aquel que puede ser el padre o la madre de tus hijos... esa persona con la que puedes estar el resto de tu vida junto a ella. Luego esta ese segundo amor, esa persona que perderás siempre, aquella con quien naciste conectado, tanto, que las fuerzas de la química escapan de la razón, y te impedirán alcanzar un final feliz.

Siempre he pensado que yo tenía a aquel segundo amor, que había roto las fuerzas de la química... pero ahora me veo frente al altar, vestida de blanco y con un ramo de rosas rojas en la mano y ese sentimiento se ha borrado de mi mente. Todos los ojos están fijados en mí y me sonríen pero yo soy incapaz de devolverles la sonrisa. Lentamente me dirijo al altar junto con mi padre que me agarra con sus brazos fuertes, aquellos que me daban seguridad de pequeña, pero que ahora me hacen sentir insegura, como un cervatillo en el bosque rodeado de más de mil cazadores.

Recuerdo aquella primera noche en la que conocí a Alan, nuestras miradas se cruzaron y no fueron necesarias las palabras para saber que conectábamos. Ese primer beso en junio de 2008 en aquel solitario banco detrás del instituto. Esos días en el parque, donde pasábamos las horas entre risas y besos. Mi pelo, moreno y rizado, enredado entre sus manos. Aquellas manos que me abrazaban fuerte cuando estaba triste mientras me susurraba al oído “Te quiero” con sus labios finos. Aquellos labios que escondían su preciosa sonrisa. Esas estúpidas peleas que siempre acababan con un beso...Eramos dos jóvenes adolescentes enamorados y listos para hacer frente al mundo. Pero quizás solo fue eso, un amor de adolescencia y quizás ya no lo quiera pero no sé por qué soy incapaz de darme la vuelta, salir corriendo en busca de aquel otro amor, aquel que siempre se nos escapa. Quizás sea porque no sé quién es o puede que sea por el miedo. Ese miedo que todas las personas tenemos. Aquel al que lo llaman “Soledad”.

Sigo avanzando hacia el altar, con ganas de huir, pero me siento como un robot programado, incapaz de hacer lo que deseo.

El sol me quema la espalda y los pájaros cantan una triste melodía. Entonces lo veo. Esos cabellos rubios y esos ojos grandes son inconfundibles. Me sonríe, le sonrío, sus ojos me miran fijamente de abajo a arriba y se detiene en mis ojos. Entonces comprendo que es él. Él es con el que quiero estar, a pesar de las veces que hemos discutido.

Erik es el típico hombre que se acuesta con una mujer distinta cada noche, pero que tiene un gran corazón. Trabaja conmigo de policía, es mi compañero desde hace tres años y no hemos pasado ni un solo día sin discutir, aunque siempre acabábamos tomando una cerveza en el bar después de trabajar.

Me fijo en Alan, que también me sonríe, y le devuelvo una sonrisa triste y confundida. Y es que, a veces, se desprende más energía discutiendo con alguien a quien amas, que haciendo el amor con alguien al que aprecias.

A  pesar de conocer la realidad, de conocer mis sentimientos llego al altar. No me doy la vuelta para irme con Erik, aunque mi instinto lo desee. Recuerdo aquella frase que nos dijo el maestro de Tailandia cuando fuimos Erik y yo de viaje. Nos ató con una cuerda e incendió la casa. El nudo estaba flojo, podías escapar sin ningún problema pero el miedo nos lo impedía. Nunca había comprendido esa frase del todo, pero ahora me siento identificada y es que el maestro tenía razón. No es la cuerda lo que nos ata, es el miedo.

 

 Claudia Salas, 1º C Bachillerato

 

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