viernes, 11 de enero de 2013

Ganadoras del concurso literario del curso pasado

Más vale tarde, que nunca. Antes de las vacaciones de Navidad, se dieron los premios a las ganadoras del concurso literario del curso pasado, fue en la biblioteca del centro, como podéis comprobar por la foto que acompaña a estas líneas. Publicamos también uno de los textos ganadores. ¡Felicidades, aunque sea con retraso!








Y ahora, ¿qué?

por Yaiza Lascorz


            Y de repente, silencio. Es verdad eso de que después de la tormenta viene la calma. Después del miedo, los gritos, las explosiones, el caos, el desconsuelo, la desesperación, más gritos, la sangre, el intentar huir... Después de eso ya no queda nada. La inquietante tranquilidad, la quietud sospechosa. A lo lejos se escucha una alarma de seguridad de un automóvil, un sonido débil que también terminará por apagarse, como todas las vidas que yacen sobre el asfalto. Más sangre. La ciudad en ruinas, la muerte entre sus escombros.
            Alguien se mantiene en pie. Su ropa está sucia, llena de polvo y rasgada. Unos guantes de lana con los dedos rotos, un abrigo que necesita coderas, unos pantalones con las rodillas peladas y ensangrentadas, y unas zapatillas de suela desgastada y despegada. Quizá sea el sonido de su respiración y el latir de su corazón lo único que acompañe a ese moderno sistema de alarma del BMW de última generación sin puertas ni cristales... Ni dueño vivo.
            Observa el panorama como quien observa un paisaje. En silencio, el continuo silencio. Parece que quiera memorizar todo lo que ve. Pero en realidad tan sólo intenta creerlo. ¿Es posible que toda esa gente esté muerta? Esto debería serle fácil, sabía que pasaría y se ha estado preparando para ello. Tanto para sobrevivir como para aceptarlo. Incluso intentó advertir al mundo, pero hasta sus seres queridos le tomaron por loco. Un loco más, uno de entre tantos. ¿Habría alguno más como él, entonces? ¿Habría alguien más que tomaron por loco en su día y resultara llevar razón? ¿Habría algún superviviente más?
            Se acerca arrastrando sus pies sobre una arena cuyo origen desconoce hasta el primer cuerpo que encuentra en su camino. Es un hombre de traje y corbata, probablemente se dirigiera a su trabajo en el momento en el que sucedió todo. Medio calvo, de la cincuentena. Sus ojos están abiertos y reflejan el terror de sus últimos instantes de vida. Resultan demasiado incómodos, así que se agacha junto al cadáver y como tantas veces ha visto hacer por la televisión, posa su mano sobre sus ojos y la desliza, arrastrando sus párpados consigo.
            La televisión, la que le había avisado de que todo esto pasaría. Le había salvado la vida, ¿pero realmente quería vivir en un mundo así? Habría sido mejor morir como el resto, ya habría terminado todo y no tendría que preocuparse por el “¿y ahora qué?”. Se odia a sí mismo por haber visto aquel paranoico programa sobre conspiraciones, se había convertido en el propio paranoico conspiracional de su instituto. Lo único que le faltaba para ser el más normal.
            Alguna extraña razón le lleva a introducir su mano en el interior de la americana de aquel hombre y extraer su cartera. Es un padre de familia, una gran familia feliz de esas de anuncio. Explora sus tarjetas y encuentra un calendario con una fotografía en la que se puede apreciar lo numerosa que es su familia y el rango de liderazgo que posee. Poseía.
            También tiene dinero, pero no se molesta siquiera en contarlo. No le interesa a pesar de la tentación. Ni hay qué comprar, ni dónde y mucho menos a quién. ¿Para qué entonces? Se levanta y cruza la calle, esquivando cuerpos, atravesando el rastro de éstos. No camufla su consternación. La desolación le encoje el corazón y a pesar de que no hay nadie ante quien aguantar el tipo y retener las lágrimas de quien sabe que lo ha perdido todo, sabe que es el momento perfecto para ser fuerte.
            A lo lejos ve algo salir despedido, levantarse sobre el nivel del suelo e incluso rebotar al caer. Le parece que es un móvil y lo comprueba al acercarse. Ha salido desde un agujero en la calzada al que se asoma con cierta precaución y temor. No sabe qué puede encontrar, se supone que los que quedaban están todos muertos. Se supone.
            Una cabellera castaña y rizada se pasea nerviosa en el socavón de la carretera. La ha reconocido al instante.
-        ¡Irene! -la llama susurrando.
            La muchacha mira hacia arriba, sorprendida.
-        ¡Diego! ¡Sácame de aquí!
            Él le interrumpe haciéndola bajar la voz. Él busca algo con lo que sacarla y acaba utilizando una improvisada cuerda de ropa atada. Irene mira extrañada lo que Diego le tiende para ayudarla a salir de allí, pero él le ha prohibido decir cualquier cosa, así que se limita a agarrarse y aprovechar el tirón del muchacho hasta que llega a estar lo suficientemente cerca como para tomar su mano.
            Irene sale sin demasiadas dificultades del agujero y de repente su piel pierde todo color posible. No recuerda qué ha ocurrido, mucho menos sabe el por qué. Diego la mira compadecido, pero aún así no va a decir nada. Tampoco lo necesita porque con una sola mirada parece decirle a Irene todo lo que necesita saber. Las cosas jamás serán como antes. Tampoco es momento para perder el control.
            Diego la invita a caminar lejos de allí. Tienen que salir de la ciudad cuanto antes. No están a salvo cerca del núcleo urbano. El campo abierto es mucho más seguro. Caminan durante algunas horas, Irene está cansada y cada vez que intenta abrir la boca para decir algo, Diego se gira -pues va en todo momento algunos pasos por delante de ella- y la manda callar sonoramente seseando con su dedo índice sobre sus labios. Resulta hasta molesto, sobretodo por lo que puede leer en sus ojos. Diego también tiene miedo, y ella necesita saber que todo irá bien.
            Durante el camino, ella llora. Él también, pero es mucho más discreto. Las lágrimas se han deslizado aventureras en sus mejillas arrastrando el polvo que se ha pegado a su piel durante una de las explosiones. Se han secado solas, él ni siquiera se ha permitido secarlas con su manga para evitar que Irene las adivinara.
            Y por fin Diego parece cansarse del silencio (igual quiere quitar algo de su lista de cosas que le dejan intranquilo), así que se sienta en una piedra a esperar que Irene le alcance. Ella le acompaña, y él sin levantar la voz, parece invitarla a hablar.
-        ¿Qué ha pasado?
-        Mejor que no lo sepas...
-        ¿Por qué susurras?
-        Porque podrían oírnos.
-        ¿Quiénes?
            Diego niega con la cabeza como si adivinara que Irene jamás comprendería lo que debería explicarle, y acaba rindiéndose antes de intentarlo. No dice nada más e Irene se muestra molesta con la actitud de su compañero de clase. Recuerda que siempre fue así, pero después de ser el único al que ha visto vivo tras haberse despertado en un socavón de la carretera que lleva hasta el centro comercial, esperaba que se mostrara algo más sociable. O al menos, amable.
            Irene entorna los ojos. A ella también le parece una tarea imposible hacer que Diego le cuente algo (porque evidentemente, sabe) o que le dedique al menos una sonrisa. Una sonrisa, ¿tenía de eso Diego en su repertorio? Lo duda. Siempre fueron a clase juntos y ya cuando eran simples niños, Diego era callado, reservado y serio. Muy serio. Eso sí, inteligente también.
            ¿Pero qué importaba eso ahora? ¿Les iba a salvar la vida? ¿Necesitaban salvar sus vidas? Irene no podía responder a ninguna pregunta de las que su mente le planteaba y comenzaba a sentirse demasiado abrumada, agobiada, atormentada. Temía que en cualquier momento sufriera un ataque de ansiedad y nadie pudiera tranquilizarla. Era evidente que Diego no era la persona idónea.
            Se levantó con el propósito de dar un pequeño paseo (sin alejarse, tampoco le conviene separarse de Diego) para relajarse. Respirar aire fresco. Aunque el aire no era muy fresco. Era caliente, quemaba en la garganta. Tenía residuos de polvo y el ambiente tenía casi un ligero color verdoso. Estaba nublado y la luz parecía incluso artificial. Era imposible adivinar dónde se escondía el sol y por si fuera poco, hacía frío. Una extrañísima combinación con el aire que ardía en las paredes de su laringe.
            Diego sólo la advirtió de que si se marchaba, lo lamentaría. Ella le dijo que sólo quería investigar. ¿Investigar qué? Ni las plantas continuaban vivas. Al menos, eso le garantizaba que no tendría ningún encuentro indeseado con animales silvestres y, sobre todo, insectos.
            Comienza a ver al muchacho como una sombra a lo lejos, y como no quiere perderlo de vista, decide sentarse a lo que sería la sombra de un árbol. Un árbol seco que podría quebrarse en cualquier momento. Está tan sucia que no le importa que sus pantalones se manchen: por un poco más no le pasará nada. Una actitud extraña en ella, la superficial e impecable Irene. Así la conocían todos, y aunque a ella le molestaba eso de superficial, bien sabía ella que sí que lo era.
            Se mira las manos y palpa su cara. Tiene sangre que le escurre desde una profunda herida de la frente. ¿Será grave? Igual necesita que alguien la cosa, pero Diego no parece muy habilidoso para estas cosas. Tampoco se lo piensa pedir. Y al levantar la mirada se topa con una sospechosa sombra que se acerca poco a poco.
            Irene no puede esconder su alegría: ¡hay alguien más vivo! Se levanta entusiasmada, lo que llama la atención de Diego en la distancia que la observaba. Temía que Irene hiciera algo que los llevara a los dos a la perdición, y no iba muy mal encaminado. Comienza a correr hacia ella, pidiendo al Dios en el que no cree que llegue a tiempo para evitar que Irene llame la atención de ese soldado.
            La alcanza y la embiste sin pensar en el daño físico que eso pudiera causarle. Caen al suelo como dos jugadores de fútbol americano, él sobre ella, que en seguida se preocupa de poner su mano sobre la boca de la chica para evitar que diga cualquier cosa. Y mientras sus ojos azules le transmiten a Irene el peligro que supone que cualquiera sepan que siguen vivos, Irene ha comprendido que Diego ni siquiera tendrá tiempo de ver el cañón del arma que acabará con sus vidas.





LEER , SIEMPRE  LEER


(Una reflexión sentimental sobre los libros)


Mª Dolores Pons de Pablo





Me gusta leer, siempre me ha gustado.

Desde que era pequeña, leía.

Y, disfrutaba leyendo.

Y, aprendía cosas, muchas cosas.

Porque la lectura, entiendo, es una fuente inagotable de conocimiento.



Y, podría relatar cuáles fueron mis primeras lecturas, quién me las proporcionó, en que momento de mi vida aparecieron.

Y, cómo eran las ilustraciones de aquellos primeros libros, porque están vívidos en mi memoria.

Y, los veo tal como eran, con sus colores y sus líneas  que  perfilaban en negro aquellos dibujos, que luego yo también copiaba y dibujaba.

Y, los pintaba con  los lápices de colores.

Y, los colgaba en la pared.

Y, los miraba.

 Y, me gustaban.

Y, se los mandaba en una carta a mi querida” tieta”, porque yo sabía que le iban a hacer mucha ilusión cuando los recibiera.

Y, ella también los iba a colgar en su pared.

Y, los miraría,

Y, estoy segura que también le gustaban, aunque sólo fuera porque yo se los había pintado para ella.

Y, porque cuando pasaron los años y ella ya no estaba, los encontré entre sus cosas, guardados con todo su cariño.

Y, me emocioné  al verlos.

Y, recordé mi infancia, que fue feliz, como deben ser todas las infancias.



Y, también podría relatar cómo aprendí de memoria uno de aquellos cuentos, escrito en verso.

Y, cómo, aunque habían pasado muchos años, un día me acordé de él.

Y, lo recité

Y, me salió todo entero, de carrerilla, tal como lo había aprendido

Y, como yo misma me sorprendí

Y, como sorprendí a la persona que estaba a mi lado

Y, como desde entonces procuro recitarlo de vez en cuando para que nunca se me olvide,

Porque olvidarlo sería como olvidar esa infancia feliz que siempre deberíamos tener presente, sobre todo cuando ya todo no lo vemos del mismo modo.

Y, porque alguien que pierde sus recuerdos, pierde también su vida.

Y, no debemos perderla porque solo tenemos una.


Y, puedo recordar  en qué momento leía, en cualquiera, porque cualquier momento es bueno para realizar una actividad placentera.

Y, como uno de esos placeres era el domingo por la mañana: despertar, quedarte en la cama, abrir el cajón, coger el libro,

Y, leer…….




Y, desde entonces sigo leyendo

Y, sigo disfrutando

Y, aprendiendo cosas

Y, siento que alguien se está comunicando conmigo, igual que yo me comunico contigo, lector, que estás leyendo en este momento mi relato.


Y, miro los libros de mi alrededor. Los libros de papel, encuadernados como siempre, porque todavía no nos hemos acostumbrado al formato digital


Libros que tienen su olor, cuando son nuevos y cuando están usados. Libros que puedes tocar, a los que puedes pasar sus hojas, que las puedes sentir entre tus dedos, que los puedes subrayar y que los puedes percibir  como algo tuyo.


Y, puedo reflexionar sobre esos libros

Y, pensar que:


 Antes de ser leídos, esos libros son todavía seres inanimados, objetos cualquiera que no tienen ningún significado para mí.

Son un conjunto de papel impreso, que ocupan su lugar en la estantería, un lugar que alguien con su criterio determinó.

Y, ahí están, quietos en su sitio.

 Esperando.

No tienen prisa, esperarán a que alguien en un momento determinado se acuerde de ellos

Y, los coja

Y, los lea


Y, de repente, se convertirán en seres animados,

Y,  cobrarán vida para quien los lea

Y, desde ese momento ya nunca más serán lo mismo para esa persona que los leyó


Porque  dentro de ellos hay una historia  que alguien escribió

Y, esa historia tiene vida por si misma,

Y, te puede conmover, y te puede emocionar

Y, te puede no gustar, y abandonar esa lectura….


Pero nunca más será algo indiferente, nunca más será un conjunto de papel con ningún significado par ti.

Porque ese libro está vivo porque dentro de él hay vida.

Porque dentro de él late una historia


Y, esa historia cobra vida cuando tú la lees. Una vida  que, a partir de ese momento, se convertirá en una nueva realidad  con autonomía propia.

Que tendrá entidad ya por si misma, con independencia de quien la creó, de quien la escribió

Una realidad, natural o ficticia, pero siempre una realidad


Y, que solo estará esperando que alguien la saque de su letargo impreso.  

Y, que necesitará la colaboración de un de un lector cómplice que la vivifique.


Que la lea

.

Y, que se convertirá en una realidad diferente para cada lector, que la interpretará bajo su propio punto de vista


Y, que, además, tiene vida porque allí, en esas letras convenientemente ordenadas, está también una parte de la vida del escritor que la escribió.


Porque esa historia, ese libro, también tiene su momento en la vida de quien decidió escribirla, de quien decidió crearla.


Y, también forma parte de su vida

Y, el autor nos puede explicar las razones  por las que lo hizo.

Y, por qué lo hizo de un modo y no de otro

Y, su fuente de inspiración

Y, los recursos que utilizó

Y, las ayudas que recibió

Y, quizá, quien se la encargó

Y, todas las circunstancias que intervinieron en su creación


Y, como, al final, se sintió satisfecho de su obra

Porque la había creado

Porque había hecho que algo bello que coexistía antes, ahora existiera

Y, la sacó a la luz

Y, la obra cobró vida


Y, ahí está

Y, tú la acabas de leer


Y, ya nunca más ese libro, esa obra, será algo carente de significado para ti, lector, que acabas de incorporarla a tu vida

Y, por ello, cuando la vuelvas a colocar en la estantería, una parte de esa obra formará para siempre parte de tu vida

Y, nunca más la volverás a mirar igual, aunque el tiempo transcurra, porque tú formas parte de ella y ella parte de ti.



Y, la recordarás, igual que yo recuerdo mis primeros libros.




Y, pensarás en esa infancia como en el germen de nuestra vida futura

Y, como lo que se aprende en ella no se olvida nunca jamás

Y, permanece en nuestra memoria

Y, es como nuestro signo de identidad, aunque luego la vayamos aumentando con posteriores vivencias

Y, como cada uno de nosotros tendrá su propia experiencia vital

Y, como la iremos enriqueciendo al ponerla junto a la de otras personas que también tendrán la suya propia.



Y, también podría reflexionar sobre el tipo de lectura, el tipo de libros, que me gustan más y los que menos

E, intentar razonarlo,

Aunque muchas veces no sabemos explicar racionalmente por qué nos gusta una forma en lugar de otra


Y, en ese momento, la subjetividad entra en acción. El sentimiento entra en el juego,

Y, ya no podemos decir de un modo absoluto que ese libro es maravilloso sólo por sí mismo,

Sino  que a nosotros nos lo parece, lo sentimos de ese modo y pensamos que toda forma de emoción tiene belleza.


Y, este  lenguaje  escrito, como cualquier actividad generada por el espíritu del hombre, nos conmueve y nos genera emociones

Y, nos cala en lo más hondo

Y, en definitiva, nos gusta

Y, seguimos leyendo, sin saber por qué.


Quizá  sea por el placer  desinteresado que se obtiene en su lectura

Y, ese placer está en la base de la lectura

Porque si no se disfruta con ella se abandona…


Pero para un gran lector esto no ocurre

Porque buscará siempre libros que le apasionen

Que le emocionen desde el principio


Y, necesitaremos  encontrar libros que nos subyuguen, que nos atrapen desde el inicio de su lectura

Libros que no podemos dejar de leer, porque pasamos una hoja y otra hoja….


Y, seguimos leyendo….


Y, posiblemente tengamos que hacer otras cosas que nos reclaman. Pero continuamos leyendo,

Porque ya hemos  quedado enredados en esa lectura, en esa historia que nos parece tan maravillosamente contada, que,

 Aunque, el tiempo transcurra,

Seguimos leyendo.


Porque se trata de sumergirse en la magia de la lectura

Y, hay libros que te dejan una huella profunda,

Libros que nunca olvidas,

Porque te emocionaron de un modo especial,

Porque te recuerdan a quien te los recomendó,

Porque te influyeron en tu vida,

Porque te recuerdan un tiempo pasado que ya no volverá,

Por tantas y tantas razones,

Que siempre estarán presentes en tu memoria.



Y, también podría pensar en como para leer de un modo gratificante necesitamos nuestro propio espacio.

Donde nada nos interrumpa

Y, nos desconcentre.


Y; necesitamos nuestro momento de soledad para disfrutar a solas con quien escribió ese libro que tenemos entre las manos

Y, así unir autor y lector

Y, formar una simbiosis entre ambos

Y, de ese modo la lectura se convertirá en una pasión

Y, en un disfrute del acto creador del escritor que necesita a su lector activo que se sumerja con él en ese universo que acaba de crear del que tú ya formas parte.


Y, a lo mejor, ese escritor buscaba comunicarse con alguien anónimo para contarle lo que no se atrevería a contar directamente,

Porque vierte ahí sus sentimientos,

Y, quizá sintiera  pudor de abrir su alma

Y, contar sus pensamientos y sus emociones

Pero lo hizo

Y, tú lo lees


Y, puedo seguir pensando en ese escritor que, en el fondo, lo que quizá desea es dejar su testimonio para la posteridad,

Para que alguien se acuerde de él

Y, así no desaparecer

Porque vivirá mientras alguien vuelva  a leer lo que él escribió,

Aunque haga mucho tiempo

Y, de ese modo permanecerá siempre vivo porque realmente mueres cuando ya nadie se acuerda de ti…….



Y, podría seguir reflexionando sobre los libros, sobre las bondades de la lectura……

Y, recomendarte uno u otro libro, según mis preferencias,

Que, puede , que no sean las tuyas,


Pero lo que siempre, siempre, te recomendaré es que leas

Porque lo importante es:


LEER, SIEMPRE, LEER

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