domingo, 13 de diciembre de 2015

Biblioteca de Padres. Artículos de interés II


Adolescentes al poder


Las vacaciones multiplican las oportunidades de conocer y compartir con los hijos, pero a la vez imponen nuevos desafíos a los padres que enfrentan la resistencia de ellos. Los cambios físicos y emocionales que atraviesan los jóvenes y el mejor modo de acompañarlos, en la visión de una especialista.
"Nos dijo de todo, pegó un portazo y se encerró en su cuarto. Solo estábamos contándole que nos iríamos de vacaciones en familia, como todos los años, y su reacción nos sorprendió. Ella quiere ir con sus amigas, no con nosotros, está cerrada al diálogo y la verdad es que no sabemos cómo abordarla". La que habla es Marta, madre de Julieta, una adolescente de 17 años y piernas interminables, que lleva el pelo por la cintura y parece dispuesta a defender con uñas y dientes el nuevo espacio de independencia que siente haber conquistado. Marta y su marido, Juan Cruz, empezaron a notar cambios en su conducta hace ya casi un año –mal humor, alteraciones del estado de ánimo, una actitud defensiva-, pero explican que el tema de las vacaciones en familia y la preocupación de Julieta ante la posibilidad de espaciar la frecuencia de encuentros con sus amigas precipitó una crisis imprevista y aún irresuelta, que pone en jaque el esperado viaje del grupo familiar a la costa. "No quiere ni hablar con su padre y conmigo", relata Marta. "Pareciera que todo lo que proviene de nosotros le molesta. Ahora dice que no va a venir a Miramar, donde pasamos enero todos los años y que se va con sus amigas a San Bernardo, que si la entendemos bien y sino también, así nos habla”.

Los padres de chicos jóvenes descubren, a medida que sus hijos crecen, que las problemáticas que hasta determinado momento los habían preocupado o angustiado parecen menores en comparación con los que les plantean los adolescentes a partir de los 16 o 17 años. Ya lo expresa el dicho popular: “Chicos chicos, problemas chicos. Chicos grandes, problemas grandes.” Es cuando se topan con las primeras resistencias de sus hijos a seguir manteniendo rutinas o hábitos adquiridos en la infancia que se ven exigidos a renegociar las reglas, a exponer sus razones y a atender también las de los adolescentes, que hasta  entonces respondían mansamente a las reglas o indicaciones impuestas por sus padres. Las vacaciones pueden ser, en este marco, una de las situaciones más complejas que enfrentan hijos y padres.
Es sabido que la adolescencia trae aparejados una serie de cambios físicos y emocionales que afectan a los jóvenes y con frecuencia los llevan a modificar su forma de actuar, de pensar y sentir, y a cuestionar su relación con la autoridad y los mayores, entre los que se cuentan, en primer término los padres. Como en el caso de Julieta, el hecho de sentirse forzados a cumplir con la rutina de las vacaciones familiares puede desencadenar reacciones imprevistas, explican los especialistas, y dejar expuestas fisuras en el vínculo que antes los padres manejaban a su modo sin ser cuestionados por sus hijos. Es que ellos, los más jóvenes, son los mismos de siempre, pero a la vez muy distintos; en pleno crecimiento, están dispuestos a todo para experimentar la vida desde una nueva perspectiva: la suya. Esto trae aparejada una etapa de crisis, inevitable, que les permitirá, en el largo plazo, encontrar su lugar en el mundo e ir definiendo su identidad más allá de los mandatos externos.

“El adolescente siente que la infancia llegó a su fin, y con esa percepción se disparan cambios que no son fáciles de manejar”, explica la médica psicoanalista especialista en adolescencia N. Graciela Kohen. “Los cambios indican el fin de una etapa y el encontrarse con un mundo nuevo y desconocido, que los enfrenta a emociones turbulentas, a intensos sentimientos de tristeza, de rebeldía, o de angustia, que cada uno atraviesa a su modo, con mayores o menores dificultades. Los adolescentes pierden la seguridad de la infancia y la confianza en padres que antes veían idealizados, al mismo tiempo que experimentan cambios físicos evidentes y aspiran a ideales que los movilizan e inspiran, ven a los adultos de un modo más realista y esto los enfrenta a una profunda desilusión.”

Los jóvenes aspiran a conquistar una mayor libertad, y a ampliar su autonomía, al tiempo que experimentan temores nuevos, explica la especialista.  “En la pubertad y especialmente en la adolescencia, la voluntad de búsqueda, la curiosidad, los cambios de modelos e ideales los enfrenta con una realidad a la vez deseada y temida. Es el tránsito, el camino a la identidad. La sexualidad aparece en primer plano pero la curiosidad y la voluntad de conocer y experimentar son el verdadero motor de esa búsqueda, la necesidad de saber y experimentar. La familia, en ese contexto, también enfrenta una crisis que a menudo exige un reacomodamiento de cada uno de sus integrantes, hasta que cada uno encuentre su lugar”.
Frente a este panorama, ¿cómo seguir compartiendo en familia sin afectar la necesidad del adolescente de expandir sus vivencias por fuera del círculo familiar?

El hecho de que los jóvenes sientan que la mayor contención afectiva pasa por la relación que mantienen con sus pares –suelen considerar que entre ellos se entienden mejor que con los adultos, y que comparten más intereses comunes que con los mayores-, hace que, a los ojos de los hijos, los padres puedan aparecer como figuras amenazantes, lo que los pone “a la defensiva”. Ante este hecho, los especialistas sugieren intentar adoptar una actitud amigable con los hijos, antes que represiva. Lo importante, subrayan, es que los padres sigan poniendo reglas y límites pero atendiendo las necesidades de los chicos, que atraviesan un momento delicado. Lo ideal es que los padres porten una cuota de necesaria tolerancia, ante  las fluctuaciones en los estados anímicos de los hijos, que oscilan entre el silencio sepulcral y la verborragia, entre la idolatría y la descalificación de los mayores. Los padres seguirán siendo referentes para sus hijos, y es importante que tengan en cuenta esto aunque no sean reconocidos en esta etapa.

“Los chicos necesitan del grupo adolescente, que les sirve de soporte. El grupo le permite al adolescente sentirse contenido, comprendido, compartiendo el dolor y la alegría con sus pares” explica Kohen. “El adolescente se opone a lo establecido, ‘si los adultos no usan piercing, me lo hago, dicen, si dicen no al tatuaje, me marco…Soy distinto al adulto’ es lo que expresan.”

La necesidad de los adolescentes de conquistar un espacio propio y sentir que ensanchan su autonomía puede tornarlos antipáticos e incluso agresivos. En esa lucha que los chicos establecen se juega para ellos la posibilidad del crecimiento y la independencia.

¿Cuáles son entonces las alternativas posibles, a la hora de invitarlos a compartir unos días en familia?

Una posibilidad es ofrecerles –no obligarlos- a pasar parte del tiempo libre con sus amigos y otra parte con el grupo familiar. Para eso, la familia debería considerar los gustos y preferencias del adolescente, en relación a las rutinas o actividades que se realicen.
Idealmente, la elección del lugar de vacaciones debería contemplar sus gustos -lugares adecuados para salir, actividades de su interés, posibilidad de compartir tiempo con sus amigos-. Se les puede proponer, también, participar de la organización del viaje o tener alguna responsabilidad a su cargo.
El mayor desafío de los padres de adolescentes es mantener siempre abiertas las vías de comunicación, para que el adolescente acepte bajar la guardia y compartir con el grupo familiar. Incluso proponerle que vaya acompañado/a de algún/a amigo/a.
Un componente necesario para atravesar este proceso de la mejor manera posible, será la paciencia de los padres “cuestionados”.

“En el camino –afirma Kohen- el joven encontrará otras familias, otros ejemplos, identificaciones nuevas que enriquecerán su personalidad. Los amigos, las parejas, los trabajos,  la facultad, los profesores, los grupos distintos por los que irá rotando, le ayudarán a aprender a manejarse en este mundo complejo que deberán enfrentar. El adolescente es un creativo que se anima a lo nuevo, que experimenta, no sin dolor, una etapa de arduo crecimiento. La oposición, la discusión o la pelea con los padres de la infancia, le darán la fortaleza que necesita para llegar a la adultez. Esa será la expresión de emociones nuevas que convivirán con expresiones de ternura y amor por sus padres, que le costará más reconocer. El adolescente necesita de los límites, y que le recuerden valores y normas, pero también respeto y un acompañamiento amoroso que lo ayude a sortear el doloroso proceso de lograr la independencia, la autonomía, sin destruir los vínculos”.

¿Sugerencias para padres preocupados, entonces? “Ante todo –sostiene la psicoanalista- recordar que los adolescentes luchan por que se respeten su lugar y sus diferencias, en un recorrido doloroso plagado de duelos, tristezas y decepciones difíciles de tolerar. El adulto, que también sufre,  debe saber  esperar,  estar atento a los momentos en que  el diálogo se torna imprescindible: esperar que la puerta del cuarto se abra, que el hijo esté dispuesto, para invitarlo a compartir o conversar”.
Según la especialista “las vacaciones son una oportunidad única de estar cerca de los hijos adolescentes, y al mismo tiempo plantean una situación conflictiva, que amerita una nueva organización. La noche  suele plantear el primer problema. Los adolescentes salen de noche, y ese es el momento de las nuevas  experiencias, como la ‘previa’, la espera junto con sus amigos de la hora de entrada a la disco, y que puede venir acompañadas de invitaciones a tomar alcohol, o la intención de preparase para enfrentar sin tanto miedo el encuentro con los otros. He tenido referencia de padres que en vacaciones dejaban hacer la previa en sus casas para poder controlar el alcohol.”


¿Qué pueden hacer los padres en este sentido, para ayudar a sus hijos? “Hablar con ellos, sin alarmarse, sin negar sus dificultades ni juzgarlos negativamente. Conversar y conocer la postura de su hijo ante la previa, ante el alcohol, es un primer paso para iniciar el diálogo y plantear los riesgos y límites que el adolescente debe conocer.” Al día siguiente, habrá que respetar el descanso de los hijos que se han acostado tarde, pero tampoco está de más poner un límite, por ejemplo, a la hora del almuerzo. “Los padres, que  comprenden la necesidad del adolescente de una vida social que lo ayude en la integración, también deberán poner  el  límite con un horario que indique la necesidad, también del adolescente, de conectarse con el mundo de los adultos. Puede hasta sorprender tanto el malhumor con que el adolescente puede responder  a la propuesta, como la necesidad de relatar alguna de sus experiencias o de sus amigos, sobre todo si hubo angustia.”

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