miércoles, 2 de abril de 2014

Nº 19 de Poesía para llevar

Lucía Jiménez Pérez (Sabiñánigo, 1995 )


 TARDES DE MAYO

 Cuando mayo ensancha el cielo
 y se solidifican los árboles como promesas
 es liviano el paso por el presente
 tras meses de nubes bajas
 y un camino anegado de charcos
 que es un lento caminar por el pasado.
 Es seguro el avance cuando viene el aire sobrio
 a embriagarnos de finales y certezas,
 pero cuando cae el viento de la tarde
 y se encienden los faroles reticentes
 y las plazas nos llaman desde su inmensidad desierta
 un susurro de otros tiempos nos agarra del pelo
 y se nos cuelga del alma balanceada
 por un coro de miedos antiguos
 que tienden su horrible sombra
 sobre el verano verde todavía.
 Líbranos señor
 de que el invierno no deje madurar los sueños
 y el olvido ahogue la esperanza en sus honduras.

 (Inédito, 2013)


 Lucía Jiménez Pérez

 El verano pasado terminó mi vida como la conocía: no más pueblo, no más mi casa, no más instituto, no más San Alberto Magno. Desemboqué en Septiembre en una nueva realidad de Madrid, un colegio mayor, universidad, Filología Hispánica. Como un cuadro de Monet, las diferentes manchas vitales no cobran sentido hasta que te tomas unos pasos o unos meses de distancia. Y así hoy entiendo lo determinante que pueden llegar a ser en una vida entera los seis años de instituto. No hay potencialidad mayor que la de los adolescentes que pasan como un suspiro por esas aulas: están por determinar, no se han puesto todavía el pesado sello de “historiador”, “filósofo” o “biólogo” con el que todos salimos de selectividad como si fuera un premio.

 Dejarse empapar por todos los saberes, experimentar y nunca cerrarse puertas: el instituto está para conocerse y para equivocarse, ciencias y letras, probarlo todo, para llegar a los dieciocho años y a la certeza de haber encontrado lo que te gusta, aquello a lo que quieres dedicar tu vida, pues al fin y al cabo eso es lo que significa estudiar una carrera universitaria. Por eso no hay que tener prisa por llegar a ella, sino aprovechar al máximo esos años de instituto para llegar al final sabiendo, no esperando saber. A la poesía se llega de tardes turbias y noches hondas, de grandes dudas y pequeñas certezas; se llega a ella por momentos, pero uno se queda en ella para siempre.

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